Porque quiero ser revolucionaria de mi propia vida...

jueves, 9 de octubre de 2014

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Hoy se ha ido el verano.
Lo encontré tirado en la nostalgia hecha pedazos entre mis sábanas.
He sentido como los últimos rayos de sol se me deslizaban por las pestañas 
y al abrir los ojos se convertían en lágrimas
que nada tienen que ver con las mareas que enamoran a las caracolas.
Lo más próximo que tenía a mano era un libro
y su columna vertebral compuesta por letras que hoy decían tan poco
como los cuadraditos de luz que querían hablar un morse extraño en mi brazo izquierdo. 
El calor busca otro termómetro al otro lado del mundo, donde vive en sueños mi corazón. 
Será por eso que me he sentido extrañamente perdida en mi cama de un millón de noches. 
Será que mi veleta hoy estaba allí,
en la vuelta de la esquina del otro lado del mundo,
donde el verano asoma a lo lejos, como el eco de los días que ya se fueron
y allí está mi cama de ninguna noche en la que me muero por dormir.
La única calma es que con el invierno atardece más rápido y tú llegas antes. 
Y eso me calma de una manera que no puede describirse 
porque, aunque siempre estás conmigo, 
todos los atardeceres del mundo son tuyos, y de nadie más.


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